III Concurso Relatos Cortos Espacio Cultural Caballero. Mula


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El pasado 30 de junio se celebró el III Concurso de Relatos Cortos organizado por el Espacio Cultural Caballero de Mula. El video anterior recoge un pequeño trailer de cada uno de los diez relatos finalistas. “Pompas” es el título del relato con el que participó Fulgencio Caballero. Al finalizar la entrega de premios se realizó un coloquio sobre “La caja de membrillo”.


POMPAS

El pobre Don Vicente reposaba en su modesto ataúd de pino que aún producía un intenso olor a madera recién cortada. Las vecinas le velaban como correspondía a un hombre de su categoría. Multitud de flores y velas alrededor de la caja daban a la estancia un elegante toque de distinción, y los rezos apropiados para la ocasión convertían el paso al otro mundo del querido maestro en un acto solemne que no tenía nada que envidiar a las honras de cualquier personaje distinguido. Sin duda alguna el propio Don Vicente se hubiera sentido orgulloso de las pompas fúnebres con las que sus vecinos le agasajaban en las horas previas a su entierro. El viejo y corpulento profesor se había dedicado durante toda su vida a educar a todos los niños de los campos de Cajitán, y ahora los que habían sido sus pupilos durante más de cuatro décadas le rendían un último y merecido homenaje. No faltaba nadie, estaban todos, los que lo quisieron y los que por cualquier motivo lo llegaron a odiar. Soltero y sin más familia que sus vecinos, gozó siempre del cariño de muchos y del rechazo de unos pocos, pero todos estaban allí acompañando a su viejo profesor. Las mujeres en el interior de la casa junto a sus restos mortales, y los hombres, a pesar del calor sofocante propio del verano, en la puerta departiendo sobre la próxima cosecha. Mariano y Fabián, sobreponiéndose a la enemistad manifiesta que existía entre ambos, en aquella ocasión se habían puesto de acuerdo para organizar conjuntamente los trámites del entierro. Uno había preparado un carro para transportar el ataúd hasta el cementerio. El otro había aparejado un par de mulas para tirar de él. Y ambos habían excavado la fosa en el camposanto. Qué contento se hubiera puesto Don Vicente al ver, aunque fuera por una sola vez, al par de rivales trabajar en equipo para un objetivo común. Porque no fue sólo su labor docente la que lo distinguió. Sus conocimientos y sus casi dos metros de altura lo convirtieron en un hombre de respeto al que todos recurrían en aquellos campos para resolver conflictos vecinales. Disputas de cualquier tipo eran resueltas por él y todos acataban sus justas y honradas decisiones. Si no hubiera sido por aquel maestro, con toda seguridad Mariano y Fabián hubieran acabado matándose el uno al otro por el turno de trilla o por la molienda. Y sin embargo, ahora estaban allí compartiendo el duelo por la pérdida de aquel hombre. Cuando llegó el momento de partir hacia el cementerio, las mujeres le dieron el último adiós y abandonaron entre sollozos la estancia para dar paso a los hombres que se encargarían del traslado. Un inesperado inconveniente provocó que tuvieran que tomar una drástica y curiosa decisión. La enorme barriga del profesor no permitía cerrar el ataúd. La tapa de la caja bailaba inoportunamente sobre los más de ciento veinte kilos que pesaba.
– Por qué no te acercas hasta tu casa y te traes una cuerda con la que podamos ajustar la tapa a la caja. – Espetó Fabián a Mariano.
– Por qué no vas tú a la tuya. – Contestó de mala gana Mariano.
– Hombre, Mariano, tu casa está más cerca.


En contra de su voluntad, y sin saber por qué, Mariano aceptó la propuesta de su odiado vecino y con una de sus mejores sogas ataron la tapa al resto del ataúd, consiguiendo que la barriga cediera a la presión de los fuertes nudos.
El cortejo fúnebre se trasladó detrás del carro mortuorio bajo la amenaza de una tormenta de verano. Las nubes estuvieron presentes durante todo el entierro. Cuando el ataúd fue depositado sobre el fondo de la fosa, Mariano se empeñó en recuperar su tan preciada soga, pero Fabián lo convenció de nuevo para que se olvidara de ella, y entonces la tierra empezó a cubrir los restos mortales de Don Vicente. Mientras el cura rezaba junto a los presentes un Padrenuestro, Mariano sólo pensaba en la soga que acababa de perder, y todo por culpa de Fabián, al que ahora odiaba, si cabía, un poco más. Finalizado el responso, unas enormes gotas hicieron acto de presencia. La lluvia que había respetado hasta ese momento las exequias, provocó que los presentes se dispersaran en busca de un refugio que los amparara de la intensa tormenta, a excepción de Fabián y Mariano que decidieron abandonar el cementerio y regresar a casa a pesar de las inclemencias del tiempo. Durante el camino de vuelta la lluvia arreciaba al mismo ritmo que los reproches de Mariano. Tan intensa fue la discusión que en un momento de ofuscación los dos hombres se enfrascaron en una dura pelea.


La sangre le hervía a ambos, pero fue Mariano quien no pudo controlar su ímpetu y con la navaja que extrajo de su cinto provocó una herida de muerte a su contrincante.
– Me has quitado la vida, pero no dudes que te detendrán y que serás condenado. – Logró decir Fabián mientras se desangraba en la tierra mojada por la intensa lluvia.
– Nadie pensará que he sido yo el causante de tu muerte. Nadie ha visto lo que ha pasado en este camino y la guardia civil y hasta el alcalde son amigos míos y jamás dudarán de mí. – Contestó Mariano, mientras la lluvia provocaba pompas en los charcos que rodeaban el cuerpo de Fabián.
– Estas pompas son testigos de mi muerte, ellas te delatarán y gracias a ellas la justicia te dará garrote. – Fueron las últimas palabras de Fabián antes de expirar.
El asesino se paró a pensar en lo que para él habían sido las últimas y estúpidas palabras de su víctima. Desde siempre había oído decir a los mayores de Cajitán que las pompas de agua en los charcos anunciaban que muy pronto volvería a llover, aunque Don Vicente le explicó en una ocasión que las burbujas de agua eran consecuencia del choque de las gotas de lluvia con la superficie de los charcos. Cuando las gotas eran muy grandes ya no se podían sostener en las nubes y caían al suelo por su propio peso, disolviendo en su recorrido las partículas gaseosas de la atmósfera que se incorporaban dentro de las gotas, que al chocar contra un charco que estaba a mayor temperatura provocaban un calentamiento y el desprendimiento de los gases que habían disuelto, surgiendo así unas pompas semejantes a las que los chiquillos hacían con jabón. Después de esa inoportuna y absurda reflexión, Mariano le dio una patada con desprecio al cuerpo inerte del que había dejado de ser su mayor enemigo y abandonó el lugar como alma que persigue el diablo.


Durante un tiempo la noticia del asesinato de Fabián, llenó de temor a los habitantes de Cajitán. Un asesino andaba suelto por aquellas tierras y la gente tenía miedo de deambular por los campos y montes del lugar. Meses más tarde, Mariano acudió al cuartel de la guardia civil de Mula como invitado a los actos que todos los años la Benemérita organizaba con motivo de la festividad de su patrona. Aquel día, otra fuerte tormenta aguó las actividades festivas y los asistentes tuvieron que disfrutar, dentro de las instalaciones del cuartel, del suculento ágape que se había preparado para la ocasión, ya que no pudieron hacerlo en el patio de armas como en un principio se había previsto. El vino que días antes había regalado Mariano a sus amigos de la guardia civil corría a raudales por las mesas de los comensales. Un exquisito vino que no tardó en hacer efecto y que provocó el estado de embriaguez de casi todos los presentes que cantaban y bailaban al son de la música de un gramófono, mientras en el exterior seguía diluviando. Mariano agarrando por los hombros a su amigo, el comandante del puesto, observaba por una ventana como la lluvia provocaba pompas en los charcos del patio del cuartel, y en un estado de absoluto sopor recordaba las palabras de Fabián momentos antes de morir.
– Son curiosas las pompas que produce la lluvia en los charcos ¿verdad? – Comentó el comandante.
La borrachera de Mariano contestó por él: – Sí, las mismas pompas que había el día en que maté a Fabián.

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