Opinión sobre “La caja de membrillo”. Isabel Ascensión Martínez Miralles.

Isabel Ascensión Martínez Miralles. Presidenta de AERMU.

(…) Esta novela no sólo es una incursión en la historia reciente de España, sino en las entrañas y en el corazón de una generación que actuó en consecuencia con sus ideales, de la única forma en la que un ideal puede vivirse: hasta el límite.
Los personajes que transitan por esta historia se nos hacen cercanos, palpables, a veces entrañables, sin que jamás deje de estar presente el hilo conductor de toda la trama, la intriga.
Y por enmedio de todo, el amor a la cultura, como esperanza de salvación.
En cierto lugar de la novela podemos leer:
“No sólo sufren exilio las personas,
también la cultura está exiliada.
Grandes mujeres como Victoria Kent,
como Lucía y como tú
conseguiréis algún día
desterrar de este país
el fanatismo y el odio
que se han apoderado de nuestra tierra”.
La cultura que da luz, la cultura que pone alas y abre puertas a la ceguedad irracional.
La cultura no puede ser nunca una apariencia para cubrir estadísticas que nos hagan aparecer más evolucionados porque toda sociedad y todo sistema contiene puntos débiles y por qué no decirlo, engaños.
Hay que inculcar en las almas la sed de cultura, pues, a veces, instalados en el estado de bienestar y desde expresiones tópicas y manidas que salpican los medios e invaden los hogares y las calles, también desde ahí se puede caer en el fanatismo.
Decía Emily Dickinson que “No hay mejor nave que un libro para viajar lejos”.
La historia a la que nos conduce esta nave, “La caja de membrillo”, usando la terminología de Dickinson, no está tan lejos que no podamos reconocer sus ecos, ni tan cerca que no podamos reconocer llegado el momento de pasar página para crecer como personas y como pueblo. Porque si algo nos otorga la cultura es la capacidad para trascender hechos y circunstancias en pos de la libertad.
Y todos sabemos que detrás de bellas palabras, como puede ser “libertad” también pueden esconderse trampas y manipulaciones.
Esta novela es ante todo una muestra de gratitud y aprecio por tantas y tantas personas que dan lo mejor de sí mismas, a cambio de nada, permaneciendo muchas veces en el olvido o el anonimato.
Decía Mercé Rodoreda, la admirada novelista de nuestro autor que: “Una novela se hace con gran cantidad de intuiciones, con una cierta cantidad de imponderables, con agonías y con resurrecciones del alma, con exaltaciones, con desengaños, con reservas de memoria involuntaria, toda una alquimia. Una novela es también un acto mágico. Refleja lo que el autor lleva dentro sin que casi sepa que va tan cargado de lastre”.
Asegura Edwards (Premio Cervantes 1999) que la novela es el único género literario que está todavía en evolución y que muy probablemente no ha encontrado su forma definitiva.
Cuando Ortega y Gasset vaticinaba la muerte de la novela, al igual que Benedetto Croce en Italia, en realidad estaban afirmando la necesidad de no repetir estructuras, En efecto, la novela, a diferencia de otros géneros ya fijados, siempre debe existir algún elemento sorprendente.
Y puedo asegurarles que la novela de Fulgencio Caballero les va a sorprender.
Felicidades, Fulgencio, por este libro, por esta historia en la que todos podemos sentirnos reflejados y en la que brilla, como estrella perenne, el respeto a la dignidad de todo ser humano.
(Extracto de las palabras de presentación de “La caja de membrillo” en el Centro Cultural “Las Claras” de Murcia. 12-IV-2011. Isabel Ascensión Martínez Miralles, profesora de Lengua y Literatura y Presidenta de la Asociación de Escritores de la Región de Murcia “AERMU”)

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