Durante el proceso de documentación de mis novelas he consultado diversos periódicos de principios del siglo XX. Curiosamente muchos de ellos incluyen relatos cortos que se entremezclan con el resto de crónicas de información general y que servían de entretenimiento a los lectores de la época. Inspirándome en aquella peculiar manera de transmitir historias, durante un tiempo me entretuve en redactar pequeños relatos que dormitan en ficheros casi olvidados de mi ordenador. Alentado por los amigos para que vean la luz, he decidido ir colgándolos de forma regular en mi blog. Son breves historias de ficción redactadas sin ningún tipo de pretensión, donde aparece un mismo personaje en la mayoría de ellas: “El Reño”, un investigador privado que se ve envuelto en disparatados casos que intentará resolver con su agudizado ingenio. Casos basados en ocasiones en hechos reales que han sido intencionadamente alterados y que en definitiva son producto de la imaginación, pues como bien decía Calderón de la Barca: que toda la vida es sueño, y los sueños, sueños son.
—————————————————————————————————————————-
A mis amigos Ana y Sebastián
LA SANTA DEI GENITRIX
La noticia del robo de “La Pequeñica” corrió como un reguero de pólvora por cada uno de los rincones del pueblo. El santero dio la voz de alarma al comprobar que en el lugar donde habitualmente estaba la imagen había aparecido una anónima nota de la que únicamente había transcendido estar escrita en letras mayúsculas. El Santuario se llenó de fieles y de curiosos, que consternados no daban crédito a semejante tropelía. La mayordomía al pleno, el párroco, el alcalde, el resto de la corporación municipal, miembros de la guardia civil y de la policía local, estaban congregados alrededor de la Virgen de la Esperanza, la Virgen Grande, debatiendo sobre lo ocurrido. Todos, creyentes y no creyentes, deseaban que se localizara a los responsables del robo, y restituyeran lo antes posible a “La Pequeñica”, la patrona del pueblo desde mediados del siglo XIX; una patrona algo peculiar, ya que compartía trono con otra imagen algo más grande que fue donada por una viuda adinerada en el siglo XVII. La Virgen Grande y “La pequeñica” a sus pies, formaban un homogéneo conjunto venerado por infinidad de devotos de la localidad y de otras zonas cercanas. Era tan perfecta la simbiosis entre ambas imágenes, que muchas personas no se percataban de que en realidad eran dos vírgenes sobre una misma peana, y otras, desconocedoras de aquella peculiaridad preguntaban que hacía la imagen de un niño a los pies de la Virgen.
“El Reño” estaba degustando una cerveza junto a unos amigos en el bar de “La Esquinica”, cuando recibió la noticia de la desaparición. Su conocida condición de ateo no le había impedido desplazarse hasta el santuario para informarse de primera mano sobre lo ocurrido. Aunque aún le restaba una semana de vacaciones, a la mañana siguiente regresaría a Madrid, donde regentaba junto a otro socio una agencia privada de investigación, para atender un trascendental asunto durante un par de días tras los cuales se trasladaría a Zamora para visitar a una buena amiga con la que mantenía una relación muy especial desde la juventud. El robo de la patrona de su pueblo le había generado, sin saber por qué, cierta desazón, y su deformación profesional le obligaba a buscar una sólida pista para intentar dar con su paradero. Disponía de muy poco tiempo para ello y sabía que tendría dificultades para olismear entre la multitud que se agolpaba en el lugar de los hechos. Pero conocía al santero desde que era un niño y estaba convencido de que le informaría sobre algunos detalles. Cuando se aproximó a la sacristía observó como éste dialogaba con el presidente de la mayordomía, y esperó escuchando disimuladamente la conversación. Finalizada ésta, aprovechó para hacer una sola pregunta al encargado de custodiar el santuario:
– ¿Qué decía la nota?
– La policía me ha pedido que no desvele su contenido.
– ¡Joder!, somos amigos de toda la vida, y sabes que tarde o temprano se filtrará a los medios de comunicación. Necesito adelantarme. Últimamente he tenido varios casos relacionados con la sustracción de obras de arte, y conozco perfectamente los entresijos del mercado negro, pero necesito saber qué ponía esa nota.
– Por favor, Reño no me pidas eso. Le he dado mi palabra a la policía de que no se lo diría a nadie.
– Sabes que si alguien puede encontrar a la Virgen, ese soy yo.
– Era una burla, un texto irreverente, que decía LA VIRGEN SE QUEDA EN BRAGA-. El santero poco más le indicó, a excepción de una curiosidad a la que no daba importancia alguna y que ni siquiera había comentado con la guardia civil, y era que la nota estaba escrita en un cucurucho de papel, a semejanza de los capirotes de los nazarenos en Semana Santa, y que según su opinión era evidente que había sido redactada por un murciano, pues se había comido la letra ese de la última palabra de su misiva. “El Reño” meditó sobre la opinión del santero, y empezó a formarse una idea sobre las características del responsable del robo. Quedarse en bragas era una frase hecha que indicaba que habiéndote despojado de algo no sabes cómo reaccionar. Sabía que se haría cargo del caso el Grupo de Patrimonio Histórico de la Unidad Central Operativa de la guardia civil, y que a la vista de las pruebas enfocarían la investigación hacía alguna banda organizada. Empezaba a tener serias dudas sobre que el autor del robo fuera miembro de una de esas bandas. Y la policía cometería un error si dirigían únicamente sus pesquisas hacía el crimen organizado, pues los verdaderos profesionales no dejaban ningún tipo de pista y menos una nota escrita en letras mayúsculas que pudiera delatar a su autor. La nota – pensó – tenía su sentido, y posiblemente su doble sentido, y el hecho de que estuviera escrita en mayúsculas sobre un capirote de papel, también. Tenía que averiguar algunos antecedentes históricos sobre la Virgen sustraída, y concluyó que posiblemente conseguiría la información que necesitaba en el Archivo Histórico. Sin despedirse de nadie, desapareció de la escena del crimen.
El archivo histórico se encontraba en un antiguo molino del siglo XVI conocido como “El Molinico”. “El Reño” siempre disfrutaba zambulléndose entre el polvo de viejos legajos y su instinto de ratón de biblioteca le indicaba que la clave que le llevara hasta el autor del robo podría encontrarla en algún documento que desvelara el origen de la desaparecida imagen. Había descartado la posibilidad de que el responsable fuera un analfabeto que no supiera escribir correctamente, como le había dado a entender el santero. A pesar de pasarse media vida entre archivos documentales, no había visitado nunca el de su pueblo, por lo que la relación con el archivero era la de meros conocidos. Después de saludarse y hacer un breve comentario sobre la noticia que había sobresaltado a la localidad, decidió hacerle algunas preguntas sobre unos datos históricos relativos a la Virgen, que sin duda el archivero conocería.
– ¿Desde cuándo se venera a la Virgen en el santuario?
– Desde aproximadamente unos cuatrocientos años. Los primeros documentos que existen sobre el santuario datan del siglo XVII, pero hay indicios para creer que la Virgen era venerada desde mucho antes.
– ¿Y no hay constancia de la fecha exacta en que apareció?
– No.
Como no quería que el archivero intuyera que se había propuesto iniciar una investigación paralela a la de la policía, optó por formular otra pregunta que sin aparentarlo desviara la atención hacía un tema que supuestamente no tenía nada que ver con la Virgen de la Esperanza.
– Entonces, ¿las primeras noticias que se tienen sobre el culto a la Virgen en el santuario podrían coincidir con las postrimerías de la Orden de Malta? Es que estoy realizando un estudio – mintió – sobre la decadencia de esa Orden y me parece curioso que la Virgen apareciera justo en el ocaso de la misma. – “El Reño” era un entusiasta de la historia y un maestro en el arte de desviar las conversaciones hacia el terreno de su interés. Lo que no esperaba nunca es que la respuesta a aquella pregunta le proporcionara una pista que sirviera como punto de partida para la investigación que se había propuesto llevar a cabo.
– Pudiera ser – respondió el archivero, que espontáneamente y sin esperarlo comentó que casualmente hacía unos días había habido un investigador portugués estudiando documentos sobre la Orden de Malta. Aquel dato llamó poderosamente la atención del detective privado. En el último año se habían producido varias detenciones en la autovía de Portugal, a su paso por Extremadura, de personas que circulaban con valiosas piezas de arte sin aportar la correspondiente autorización para su exportación de la Junta de Valoración, Calificación y Exportación de Bienes pertenecientes al Patrimonio Histórico Español, por lo que todas las sospechas recaían sobre una procedencia ilegítima de las mismas al no poder determinar su origen. Como sabía que el archivero no le facilitaría el nombre del investigador portugués, solicitó poder consultar algún documento sobre los caballeros de la Orden de Malta, a poder ser del siglo XVI. Así podría comprobar sus datos en el libro de registro. Mientras rellenaba los suyos, observó que un par de líneas más arriba figuraba una solicitud de investigación a nombre de Bom Jesús do Monte, de Vila Nova de Gaia. Aprovechando que el archivero localizaba el archivador que contenía documentos sobre la Orden de Malta, a través de su móvil buscó en Internet la posible vinculación de esta Orden con aquella localidad portuguesa, y curiosamente encontró que el municipio donde se encontraban las bodegas más importantes del vino de Oporto, también acogía una Asociación para las instituciones permanentes de aquella Orden, concretamente la de los Servicios Hospitalarios. Anotó aquella información en el cuaderno que siempre llevaba consigo, y centró su atención en una carpeta que el archivero le depositó sobre una mesa de estudio. Durante un largo rato estuvo escudriñando diversos pliegos de papel amarillento que contenían datos relativos a la donación de la villa curiosamente a la Orden del Hospital de San Juan de Jerusalén. Pero fue un texto redactado por el comendador de la Orden de Malta, frey Diego Briceño, el que acaparó su atención. Unos caballeros portugueses de la Orden fueron recibidos por aquel en el Palacio de la Encomienda a su regreso de Rodas. Este dato – reparó – fuera posiblemente el que buscaba el investigador Bom Jesús do Monte.
Tres días más tarde, una vez concluidas las gestiones de Madrid, “El Reño” se encontraba paladeando una copa de Ribera del Duero en la céntrica Plaza Mayor de Zamora mientras leía en El País que el robo de arte y antigüedades era el tercer negocio ilegal más lucrativo del mundo, después del tráfico de armas y del narcotráfico. El artículo incluía una relación con los nombres de varios delincuentes buscados por la Interpol, así como un listado de las últimas obras de arte de relevancia sustraídas, entre las que se encontraba la Virgen de su pueblo, haciendo constar que se trataba de una talla de estilo renacentista. La noticia finalizaba con una conclusión que le llenó de cierta angustia: las piezas podían tardar años en recuperarse porque no podían venderse de forma inmediata al ser fáciles de rastrear. Su amiga Teresa aún tardaría en llegar. Al recordarla pensó con lujuria que le esperaban cuatro días de pasión y desenfreno. Leyó con detenimiento la lista de los perseguidos por sustracción de obras de arte, con la absurda esperanza de encontrar en ella el nombre del investigador portugués que hacía una semana había estado hurgando en los archivos de “El Molinico”, hasta que cayó en la cuenta de que no había tenido la curiosidad de buscar sus datos en Google. Miró su reloj. Aún faltaba algo más de una hora para encontrarse con Teresa. Tecleó en el móvil el nombre de Bom Jesús do Monte, descubriendo, para su sorpresa, que no se trataba de ningún investigador, sino del nombre de un santuario de la localidad portuguesa de Braga. El nombre de aquella ciudad le sorprendió si cabía aún más que descubrir que Bom Jesús era un santuario. Cuando el camarero se dispuso a servirle otra copa de Ribera del Duero, “El Reño” le preguntó si podría indicarle la distancia que había hasta Braga. Unas cuatro horas por la frontera de Bragança fue la respuesta. Cogió de nuevo el teléfono, esta vez para llamar a Teresa.
– Sí, dime.
– Perdona Teresa, pero es que me ha surgido un imprevisto y tengo que partir ahora mismo para Portugal. Si te parece bien, aplazamos para mañana nuestra cita.
– ¡Otra vez! Siempre me haces lo mismo, estoy empezando a cansarme de tu falta de formalidad y de tu obsesión por comportarte como un agente de la T.I.A.
– Esta vez te prometo que ….
Teresa colgó el teléfono sin esperar a que su amigo terminara sus explicaciones. Poco imaginaba aquella ferviente devota de la Virgen, que el objetivo del repentino viaje de “El Reño” no era otro que cumplir con el deseo que le había implorado días atrás de que encontrara la imagen de “La Pequeñica”.
La ventaja de que en Portugal fuera una hora menos, hizo que llegase a los pies de la colina del Bom Jesús a las seis y media de la tarde. Con vehículo existía la posibilidad de llegar hasta la misma puerta del santuario, que se encontraba a unos cinco kilómetros de la ciudad de Braga, pero decidió aparcar su coche al inicio de unas escaleras zigzagueantes que eran célebres por su dureza, y subir por ellas superando un desnivel de más de cien metros de altura. Afortunadamente las puertas de la iglesia se encontraban abiertas, pues le hubiera fastidiado mucho haber realizado en vano semejante esfuerzo. A la entrada recogió un panfleto explicativo sobre el santuario que leyó detenidamente. Las referencias más antiguas sobre aquel lugar sagrado databan del año 1373. Actualmente disponía de varias capillas y “El Reño” se detuvo a leer una curiosa anécdota sobre una de ellas. Se trataba de una capilla que albergaba una colección de más de cincuenta pequeñas imágenes, ordenadas en diversos niveles sobre una especie de pirámide, donde se podía comprobar – continuaba el panfleto – la existencia de un espacio vacío que se correspondía al lugar que ocupaba una Virgen conocida como la Sancta Dei Genitrix. Unos caballeros solicitaron poder llevarse aquella imagen para que les acompañara en una expedición a la isla griega de Rodas a finales del siglo XV, y para instalarla en una iglesia donde poder adorarla, con la promesa de que regresarían con ella si Rodas era invadida por infieles. Los responsables del santuario del Bom Jesús, una vez conocida la pérdida de Rodas a manos de los otomanos, decidieron que su lugar no sería ocupado por ninguna otra imagen hasta su regreso, pues los juramentos eran inquebrantables y los caballeros eran fieles a su palabra, y la cumplirían aunque transcurrieran siglos para ello. “El Reño”, banalizando la anécdota, recordó los escaños que permanecían vacíos tras la muerte de su ocupante, o los dorsales de los deportistas fallecidos que no volvían a ser usados en señal de duelo y como homenaje póstumo. Miró la hora, y frunció el ceño al comprobar que le quedaba menos de media hora para visitar el interior del templo. Poco pudo observar con detalle en el tiempo que restaba para las ocho, así que dio un vistazo rápido para finalizar en la capilla que acogía la colección de pequeñas imágenes religiosas.
Aquella noche reservó una habitación en la Praça da República, situada en el centro de la ciudad. En el famoso Café Vianna, pidió una Francesinha con patatas fritas y una cerveza para cenar. Aquella especie de sándwich relleno de diversos tipos de embutido y de un filete de ternera con salsa picante, no tenía nada que ver con los que había probado en otras ocasiones en Oporto. Estaba convencido que no le caería nada bien a su estómago, pero no fue la cena la que le impidió conciliar el sueño aquella noche, sino el recuerdo de Teresa. Toda la noche estuvo pensando en ella. Mil y una veces se repetía a sí mismo lo estúpido que había sido escogiendo desplazarse hasta allí para investigar sobre la desaparición de la Virgen, a estar disfrutando de la cálida compañía de aquella exuberante mujer. Los designios del Señor son inescrutables – pensó con sorna. Cansado del martilleo permanente de aquellos pensamientos, decidió levantarse para recibir el día paseando por la ciudad. Averiguó que la Biblioteca Pública y Archivo Distrital de Braga abría a las nueve. Minutos antes de esa hora “El Reño” se encontraba en la Praça do Municipio esperando su apertura. El edificio había sido anteriormente el palacio episcopal y actualmente pertenecía a la Universidad do Minho, que había digitalizado gran parte del fondo documental. No tardó en encontrar referencias sobre la Soberana Orden Militar y Hospitalaria de San Juan de Jerusalén, de Rodas y de Malta, más conocida como Orden de Malta, una orden católica fundada en Jerusalén en el siglo XI con motivo de las cruzadas. Entre los diversos escritos que estuvo estudiando durante más de tres horas, se detuvo en dos que le llamaron poderosamente la atención. El primero de ellos relataba la expedición a la isla de Rodas que el día anterior había leído en el panfleto del santuario del Bom Jesus do Monte. Aunque estaba escrito en portugués “El Reño” no encontró dificultad para entenderlo. Con todo lujo de detalles, explicaba la travesía de un grupo de valerosos caballeros a bordo de un galeón que partió desde el puerto de Oporto, acompañados de la imagen de la Sancta Dei Genitrix, una pequeña imagen cedida por la iglesia del Bom Jesús. El segundo documento le provocó la sensación de haber encontrado la hebra de la madeja que a la postre resolvería el enigma que le había llevado hasta aquel rincón del norte de Portugal. En 1522 – especificaba un deteriorado legajo – Solimán el Magnífico conquistó Rodas. Los Caballeros de la Orden de San Juan de Jerusalén tuvieron que abandonar entonces la isla. Unos se establecieron en Italia, otros en Malta, y otros intentaron regresar a Portugal sufriendo una terrible tempestad que les obligó a desembarcar en Cartagena para realizar a pie el último tramo de su trayecto hasta llegar a tierras portuguesas. Evidentemente – dedujo “El Reño” -, éstos últimos intentarían cumplir la promesa de devolver a su lugar de origen a la Sancta Dei Genitrix, tal y como habían jurado varios años antes. Entonces le vino a la memoria la leyenda sobre la aparición de la Virgen de la Esperanza en una cueva excavada por el río Segura. Contaba la leyenda que un pastor que allí guardaba su ganado encontró la imagen de “La Pequeñica”, posiblemente olvidada por algún caballero cristiano. El pastor regresó al centro del pueblo para comunicar su hallazgo a todo el mundo. Los que le escucharon acudieron hasta aquella apartada cueva, situada a unos seis kilómetros, para comprobar que realmente había aparecido una Virgen. Entonces tomaron la decisión de llevársela hasta el pueblo para adorarla en una de sus iglesias, pero la Virgen se hizo tan pesada que todos interpretaron que era allí mismo donde quería que la venerasen, y por eso en aquella cueva se decidió construir un santuario. Y estos hechos ocurrieron según algunas fuentes a principios del siglo XVI. La fecha del regreso de la expedición de Rodas y la de la aparición de la Virgen de la Esperanza coincidían en el tiempo, y todo indicaba que la imagen que supuestamente regresó de tierras griegas pudiera ser la misma que encontró el pastor en aquella cueva. Pero fue un tercer escrito redactado en el siglo XVIII el que ratificó plenamente aquellas suposiciones. Un investigador portugués llamado Filipe Dos Barros, que había dedicado parte de su vida a intentar localizar la imagen que hacía dos siglos partiera de Rodas y que jamás regresó a Braga, sorprendentemente creyó haberla encontrado en un rincón del sureste de España. Cuando “El Reño” leyó el nombre del Santuario de la Virgen de la Esperanza, el corazón le dio un vuelco. El texto acababa explicando que decidió no regresar con ella a Portugal porque se había convertido en una imagen de gran devoción para las gentes del lugar: “É tão grande a devoción pela Sancta Dei Genitrix que as gentes do lugar se merecem que permaneça com eles”
Sin haber comido, regresó al santuario del Bom Jesús do Monte. Eran las tres de la tarde. En esta ocasión optó por coger el funicular para subir hasta lo alto de la colina. Con detenimiento recorrió su interior. Tenía la certeza de que había una clara conexión entre el texto de Filipe Dos Barros con el robo de “La Pequeñica”. Como en la tarde anterior, se detuvo ante la capilla que contenía el medio centenar de figuras y entonces recordó el detalle que le había contado el santero sobre que la nota anónima había sido escrita sobre un cucurucho de papel con el vértice hacia arriba. Se sobresaltó al comprobar que las pequeñas imágenes de aquella capilla se encontraban sobre una especie de gran cucurucho invertido. Abrió el panfleto para volver a leer que en el siglo XVI los caballeros de la Orden de Malta se hicieron acompañar por la Sancta Dei Genitrix, cuyo significado literal era “la que dio a luz a Dios”. Le vino a la memoria que los abuelos de su pueblo comentaban que “La Pequeñica” tenía signos evidentes de encontrarse en estado de gestación. Tras fruncir el ceño, repasó detalladamente aquel impresionante conjunto de tallas de madera para comprobar que allí no faltaba ninguna, que no había ningún espacio sin ocupar. Empezando por la situada en lo más alto fue revisando una a una todas las imágenes hasta alcanzar la que sin duda era la Sancta Dei Genitrix y descubrir con una sonrisa en la cara que “La Pequeñica” había regresado al lugar de donde partió hacía más de cinco siglos. Como en tantas otras ocasiones el caso quedaba cerrado. El móvil del supuesto robo estaba aclarado y sólo restaba detener al culpable, que no era otro que el investigador que días atrás había estado revisando los legajos del archivo histórico de “El Molinico”. Cogió el teléfono para comunicar el hallazgo a la mujer que había dejado plantada, mientras miraba con detenimiento a “La Pequeñica”. Sin esperar respuesta, la invitó a pasar esa noche en el Palacio de los Condes de Alba y Aliste, que acogía el Parador de Zamora. La resolución del caso – pensó – bien merecía un buen homenaje. Teresa lo mandó a la mierda y colgó. “El Reño” únicamente esbozó un gesto de fastidio. En una tarjeta de visita que sacó de su cartera hizo una anotación que depositó a los pies de la Virgen, y salió del santuario para disfrutar de un hermoso atardecer. Con parsimonia descendió por la escalinata, mientras el encargado del santuario cerraba sus puertas. Hasta el día siguiente nadie se percataría de que a los pies de la Sancta Dei Genitrix había una nota escrita con despecho que decía: La Virgen se queda en Braga.
Fulgencio Caballero Martínez.