Relato corto: SALVADO POR LA CAMPANA

Muchos tenemos, o hemos tenido en alguna ocasión, un amigo o compañero que ha disfrutado del don de estar permanentemente amparado por la diosa Fortuna, una persona a la que en mayor o menor medida envidiamos por su buena suerte. “Salvado por la campana” está inspirado en esos “insoportables” afortunados. Para darle mayor veracidad al relato, he incluido parte de un artículo de la periodista Lucia Magi, publicado en “El País” el 21/05/2012.

“La suerte es una flecha lanzada que hace blanco en quien menos lo espera” Konrad Adenauer
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A Fernando Marín y Antonio Ruiz

SALVADO POR LA CAMPANA

El problema de Miguel era tan sumamente serio que “El Reño” decidió recorrer los casi cuatrocientos kilómetros que separaban Madrid del pueblo para atender personalmente a su amigo. Como norma general recibía a los clientes en la agencia de detectives privados que tenía en la calle Gravina, en pleno centro del barrio de Chueca, pero éste era un caso muy especial. Debía evitar mantener conversaciones telefónicas que pudieran ser objeto de escuchas inoportunas. La noche anterior había recibido un correo electrónico de Miguel comentándole que se había visto envuelto en un feo asunto con un socio que se dedicaba a la captación de clientes y a la venta de sus productos en Italia. Mientras conducía por la R4 con dirección a Albacete, meditaba sobre el mensaje del italiano que también le había reenviado; un inquietante mensaje totalmente opuesto a la tranquilidad de aquella radial por la que apenas circulaban vehículos. Con la música de Sabina como única compañera de viaje, recordaba los momentos vividos junto a Miguel desde la infancia. Siempre le había tenido cierta envidia por su condición de ganador. Podría decirse que había nacido con estrella, pues hasta la naturaleza había sido generosa con él otorgándole un físico portentoso. Era rubio, alto, guapo y llevaba locas a todas las chicas del colegio, que se lo rifaban como a un mono de feria. Las encandilaba en la clase de gimnasia, en las fiestas de fin de curso, en el río y hasta en el fútbol, pues aunque no tenía ni idea de lo que era el juego en equipo, eclipsaba la atención de todas con su mera presencia. Y durante toda su vida gozó de esa prerrogativa. Siempre estaba metido en líos, y en todas las ocasiones salía incomprensiblemente airoso de ellos, aunque fuera en el último momento. Tenía la virtud de salvarse siempre por la campana. Ese símil pugilístico, le venía al pelo. “El Reño” recordaba cuando un profesor del instituto le dijo a Miguel que había nacido con una flor en el culo, y toda la clase se partió de la risa. Miguel contestó que lo suyo era salvarse por la campana porque sabía medir sus fuerzas como un buen púgil en los combates de boxeo, y cuando estaba al borde del “ko” sonaba la campana de final de “round”, otorgándole un descanso para seguir boxeando sin haber sido vencido todavía. Entonces el profesor le rebatió el origen de aquella expresión. Salvarse por la campana – explicó – tenía su origen en el miedo que en el siglo XV tenían algunas personas a ser enterradas vivas, por lo que se inventó un método muy peculiar que consistía en atar a la mano del fallecido, dentro del ataúd, una cuerda que se conectaba con una campana situada en el exterior de la tumba. Así, si el recién enterrado despertaba podía hacerla sonar y advertir de que no había muerto. Aquella disertación sobre lo afortunado que era Miguel, surgió por haberse salvado de ser expulsado por una travesura poco aceptable en un instituto de carácter religioso. Miguel había sido sorprendido espiando a las chicas mientras se duchaban, a través de una rejilla de ventilación del vestuario femenino. Era tan afortunado, que ni siquiera las chicas se habían sentido ofendidas porque el guapo de Miguel las observara completamente desnudas. La dirección del centro había tomado la decisión disciplinaria de expulsarlo el mismo día que se inauguraban unas jornadas de juventud. Todos los alumnos estaban formados en el patio escuchando al obispo de la diócesis cuando éste decidió escoger un joven al azar para que le acompañara durante su visita al centro, y para que le ayudara en las homilías que debía celebrar durante toda la semana. Y entre más de quinientos alumnos, tuvo que ser Miguel el elegido, salvándose como siempre en el último instante. Pero en esta ocasión no, esta vez era distinta. Miguel había jugado con fuego y se había quemado. Mantener relaciones con la mafia italiana y no cumplir con lo pactado supondría su sentencia de muerte. ¿Lo enterrarían vivo ahora los sicarios de la mafia? Si así lo hicieran, el pobre Miguel no tendría la oportunidad de hacer sonar la campana. Robándole horas al sueño, “El Reño” estuvo documentándose sobre la mafia y su forma de proceder. La “Cosa Nostra” no tenía piedad. La última noticia que leyó en “El Mundo” relataba el asesinato a balazos de un niño de cuatro años ocurrido en el sur de Italia. Aquel artículo mencionaba que un par de meses antes la Mafia había asesinado a otro niño de tres años junto a su abuelo y la pareja de éste. Los padres del niño se encontraban en la cárcel por narcotráfico. La policía había encontrado los tres cuerpos calcinados dentro de un vehículo, aunque anteriormente habían sido liquidados a balazos. Sobre el techo del coche apareció la firma de los asesinos: una moneda de cincuenta céntimos que significaba que habían sido asesinados como venganza por no pagar una deuda.

Como tenía por costumbre, “El Reño” paró en el mismo bar de carretera de La Roda para tomar un café. Sobre la mesa dejó el folio que contenía la amenazante misiva del socio italiano, un socio de casi ochenta años de edad con el que su amigo había suscrito, hacía escasamente un año, un acuerdo comercial por el que don Giuseppe se comprometía a expandir, por varios países de la Unión Europea, los productos que Miguel fabricaba en la tejera que heredó de su familia; una tejera que perteneció a varias generaciones de antepasados que se dedicaron a la fabricación artesana de losas, ladrillos y tejas con un barro que desde la época de los romanos había adquirido un renombre internacional. Ahora era precisamente un romano, quien veinte siglos después quería apoderarse de aquel negocio.

Caro amico Miguel, buen día.
El próximo lunes vamos a España. Tenemos que dar varias vueltas. Nuestro último e-mail ha quedado sin respuesta, por lo que creemos que entre nosotros la relación no es muy clara. Estamos cansados de ver nuestro dinero con prismáticos.
Amico Miguel, merecemos mas del dinero retrasado; merecemos hasta los pantalones que llevas!
Has tenido una “suerte” inmensa de conocernos. Acaso quieres acabar como quien tú ya sabes? Ahora bien, si nos entregas la empresa nos olvidaríamos del total que nos debes, y pondríamos otro dinero en cima del “altar” de la “gloria”. Sin esto, no continuaremos a desbolsar un solo euro sin compenso adicional
Quieres conservar tu casa? La podrás conservar con nosotros y CON NADIE MAS, Eres “bastante” inteligente para comprenderlo? Si pagas, o nos entregas la empresa, no pasaremos por ahí; sería pura perdita de tiempo y no queremos, tampoco, enfrentarnos en palabras estériles. No lo comprendes?
Soy “animado” del espíritu italiano, que no se encuentra en España, y te lo puedo asegurar. Me encuentro “cansado” de escribir, de explicarme. Está escrito que nuestros caminos deben encontrarse. Paciencia, que podemos hacer? Te estás comiendo nuestro pan, pero DIOS sabe que esto no va a seguir así. Seríamos estúpidos de continuar sin compenso!
Te saludo muy cordialmente, amico Miguel? Junto a tu mujer y tu jija.
Giuseppe Brusca. San Felice sul Panaro, Módena.

Como no se atrevía a permanecer durante mucho tiempo en un lugar solitario, Miguel decidió reunirse con “El Reño” en la cafetería de la Gran Vía, un lugar concurrido donde se congregaba mucha gente y los sicarios se lo pensarían dos veces antes de actuar. Ambos se pidieron un café solo y Miguel pagó a la camarera que le devolvió una moneda de cincuenta céntimos depositándola sobre la mesa. A “El Reño” le recorrió un escalofrío por la espalda al ver aquella moneda. Evidentemente Miguel no conocía el lenguaje mafioso y no se percató de aquel detalle. Tras más de una hora de conversación, el investigador privado tenía claro que su buen amigo Miguel también había delinquido y que estaba metido en un buen lío que además de poderle ocasionar problemas con la mafia, también podría ocasionárselos con la justicia. Pero a pesar de todo ello, lo más sensato era poner los hechos en conocimiento de la policía y asumir las consecuencias. Al comprometerse a colaborar en la investigación sobre las ramas de la mafia en España, posiblemente se le concedería el status de testigo protegido, pues su testimonio podría convertirse en una prueba incriminatoria. Gracias a ello conseguiría una protección especial que garantizaría su integridad física y la de su familia. Le propuso contactar con un abogado de su confianza experto en temas penales y redactar una confesión explicando los detalles de su relación con don Giuseppe. Era sábado. Solo quedaban dos días para que finalizara el plazo concedido para cancelar la deuda. El lunes se personaría el capo en la empresa de Miguel reclamando lo que era suyo, así que el reloj corría en su contra y la campana estaba a punto de sonar. A pesar de la supuesta tranquilidad que “El Reño” transmitía a su amigo a través de sus explicaciones, por su cabeza sólo transitaban imágenes de víctimas de la Mafia que había estado visualizando la noche anterior en el ordenador. Cuerpos acribillados a balazos. Crímenes horrendos que identificaban a los clanes mafiosos por su peculiar manera de cometerlos. En muchas ocasiones las fotografías eran muy similares: el cuerpo inerte de una persona en el interior de un vehículo con la cara cubierta de sangre. Imágenes que le recordaron el asesinato por E.T.A. de un coronel en Madrid mientras estaba cumpliendo el servicio militar. Un compañero suyo que conducía el vehículo resultó ileso, y por haber visto la cara de la asesina fue declarado testigo protegido hasta la detención de la autora del crimen. Aquella experiencia, con casi veinte años le marcó para toda la vida. Y hasta de aquello se había librado Miguel que tuvo la suerte de esquivar la mili por encontrarse en el lugar adecuado en el momento oportuno. Por pertenecer a la misma quinta, coincidieron en la revisión médica previa a la incorporación al ejército. Tras el reconocimiento médico se formaron dos filas separadas por un tabique. En la de la derecha estaban los aptos, y en la de la izquierda los excluidos. Miguel y “El Reño” formaban parte de la fila de la derecha y avanzaban en silencio con la cartilla militar en la mano hacia una mesa donde debían estamparles un sello que los declaraba aptos para el servicio militar. Cuando quedaban escasamente diez metros para llegar a aquella mesa se abrió una puerta a la altura de Miguel por la que entró un médico. Al otro lado del tabique estaba la fila de los excluidos. Miguel únicamente tuvo que cruzar la puerta sin que el médico advirtiera su rápida maniobra. Tan solo cinco minutos más tarde un sello de excluido para el servicio figuraba en la cartilla de un joven afortunado que la única discapacidad que padecía era la de haber nacido con una flor en el culo.

Durante toda la noche del sábado “El Reño” estuvo estructurando una declaración lo menos comprometedora para Miguel, pero que sirviera para el objetivo que pretendían conseguir. Con su abogado habían coordinado un esquema de redacción que involucrara a su socio italiano en negocios ilícitos vinculados con la camorra, obviando ciertos matices que le podían incriminar a él en exceso. La imputación conllevaría la apertura de un sumario y la celebración de un juicio, pero en esta ocasión Miguel no tendría la fortuna del último en que se vio involucrado por temas fiscales, donde resultó absuelto porque el plazo para resolver coincidió con el traslado del local donde estaba ubicado el juzgado, y en el fallo se declaró la prescripción del procedimiento. Habían acordado reunirse a tomar un café y repasar aquella confesión en la cafetería “Gran Vía” a las cuatro de la tarde. Después “El Reño” acompañaría a su amigo a la Comandancia de la guardia civil para exponer el caso y asumir su responsabilidad penal. Entrar en la cárcel serviría para intentar salvar el pellejo, aunque sabía que la reclusión en un centro penitenciario no suponía salvar a su familia de una venganza. Pero había que intentarlo. Los tentáculos de la mafia en España no tenían porque ser tan extensos como en Italia. “El Reño” se sentó en el mismo lugar que habían ocupado el día anterior. Se pidió un cortado con una magdalena, y se entretuvo en repasar “El País” a la espera de que llegara Miguel. Sobre la mesa depositó el sobre que contenía la confesión que debería firmar su amigo para entregarla a la policía. La portada del periódico eclipsó su atención por la noticia de una tragedia de grandes magnitudes. Las dos siguientes páginas desarrollaban ampliamente la noticia con la que se abría el ejemplar del domingo. Sus ojos se abrían como platos. Con la mano se mesó los cabellos. Miguel estaba a punto de llegar y a la vista de lo que acababa de leer tenía que tomar una decisión. Miró al techo y cerró los ojos. Se sacó un bolígrafo de la chaqueta con el que subrayó varías líneas del periódico. Extrajo del sobre la declaración que tenía que firmar Miguel y la rompió en mil pedazos. Arrancó las dos primeras hojas de “El País” y las introdujo en el sobre. Se levantó y le pidió a la dueña de la cafetería que hiciera el favor de entregárselo a Miguel el de la tejera. “El Reño” se montó en su coche, arrancó y se marchó. A pesar de llevar dos noches casi sin dormir, ni siquiera se detuvo en la cafetería de La Roda para tomarse un café.

Miguel sintió pánico al no encontrar en la cafetería a su amigo Paco. Cuando abrió el sobre se extrañó al encontrar en su interior un par de páginas de “El País”. Si estaban allí sería por algo – pensó. Se sentó en la misma silla que minutos antes había ocupado “El Reño” y leyó los párrafos que le había dejado subrayados.
… tras el terremoto de 5,9 grados de magnitud en la escala de Richter que en la madrugada de ayer provocó la muerte de siete personas y las más de cien réplicas que ha seguido sacudiendo el norte de Italia …
Un segundo párrafo continuaba describiendo la tragedia: El terremoto provocó “ingentes y difusos daños a bienes culturales, estructuras públicas, ayuntamientos y viviendas”, según el Jefe de la Protección Civil, Franco Gabrielli, que se desplazó a la zona desde Roma. Las callejuelas de los pequeños cascos históricos están invadidas por ladrillos y escombros. Se desplomaron sobre todo palacios viejos de siglos, que por suerte estaban vacíos porque la tierra tembló de noche. En Finale Emilia se hundió la antigua torre del reloj, símbolo del pueblo y del seísmo, ya que se vino abajo sacudida tras sacudida.
En una fachada del ayuntamiento de Sant’Agostino se abrió una gran brecha longitudinal. Muchas iglesias resultaron dañadas, como la de San Felice sul Panaro, en Módena, que perdió el campanario. Fue aquí donde fallecieron tres personas: un padre, Giuseppe Brusca, de 79 años de edad, y sus dos hijos Nicola y Domenico de 47 y 50 años respectivamente, tras ser alcanzados por la campana que se desplomó sobre ellos justo en el momento en que iban a subir a su coche para realizar un viaje de negocios a España.

Fulgencio Caballero Martínez

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