PREGÓN SEMANA SANTA 2012. CALASPARRA


http://www.calasparra.org/index.php?seccion=noticia&id=2753

http://www.miperiodicodigital.com/2012/edicion2012/lafuentedelsecano/17305-inaugurados-oficialmente-actos-pasionales-calasparra.html

http://calasparraennoticias.blogspot.com.es/2012/03/un-pregon-sincero-y-humanista-marca-el.html


Pregón de Semana Santa. Año 2012

(Iglesia de San Pedro. Calasparra. Sábado 24 de marzo de 2012)

Buenas noches. Sr. Cura Párroco, distinguidas autoridades, miembros del Cabildo Superior de Cofradías, cofrades, familiares, amigas y amigos todos.

Es un tópico que los pregoneros de Semana Santa inicien su pregón manifestando no ser merecedores de tan alta distinción, de no disponer de méritos para ello o de no sentirse con la capacidad necesaria para llevar a cabo la tarea encomendada. Sintiéndolo mucho yo me veo en la obligación de seguir utilizando ese tópico. Aún me sigo preguntando cuál fue el motivo para ser elegido como pregonero, pues todo el mundo sabe que no soy un hombre reconocido de Iglesia, aunque me eduqué en un colegio religioso; ocultarlo sería faltar a la verdad y me convertiría en un hipócrita. Aclarada esta circunstancia y siendo bien conocida que mi única vinculación con la Semana Santa ha sido hasta hoy la de mero espectador, con todo el respeto que se merecen el lugar y la ocasión, tengo la obligación y quiero agradecer al Cabildo Superior de Cofradías que me propusiera para ser el humilde pregonero de la Semana Santa de este año. En un principio les solicité unos días para decidir si aceptaba o rechazaba el ofrecimiento, pero tras una semana de reflexión opté por aceptar tan singular y notable invitación.

La dificultad de encontrarme aquí es por tener que hablar de la Semana Santa a personas que saben de ella mucho más que yo. Pero aquí estoy, ligero de equipaje, como diría Antonio Machado, y algo avergonzado, pues yo no puedo explicar nada que ya no sepáis. Indudablemente sería yo quien debería escucharos y aprender de vuestras experiencias para comprender que significa la Semana Santa, pues sois vosotros los que disponéis de la sabiduría adquirida a través de vuestras vivencias procesionales. Sin embargo, hay algunos entendidos que consideran que la palabra sabiduría no viene de saber sino de sabor. Este argumento es el que me permite estar esta noche realizando las funciones de pregonero, pues si bien, como ya he dicho, no dispongo del saber necesario para hablar de nuestra Semana Santa, sí tengo impregnado su sabor desde mi infancia. Pero no pretendo caer en el tópico de hablar únicamente del siempre agradable sabor de nuestra maravillosa y variada cultura gastronómica, sino de otros sabores mucho más profundos.

Yo no nací en Calasparra, pero soy calasparreño. Soy un hijo de la emigración que padeció nuestro pueblo en la segunda mitad del pasado siglo. Tuve el acierto y la fortuna de regresar a mi tierra hace ya muchos años y cuando alguien me pregunta de dónde soy, contesto con orgullo que soy de Calasparra e intento pregonar allá donde voy las virtudes de mi pueblo y las de sus tradiciones como la Semana Santa, de la que pretendo hablar desde la perspectiva de los recuerdos de mi niñez.

Tengo que confesar que mi primer contacto con nuestras procesiones no es digno de recordar. Al inicio de la década de los setenta, Juan “El Colorín” me trasladó desde Barcelona en su flamante y enorme Seat 1500, que más que un taxi parecía un trolebús, para disfrutar de lo que debería ser mi primera Semana Santa en Calasparra. No sabría concretar mi edad: seis, siete, a lo sumo ocho años. Después de saludar a mis abuelos paternos en la calle de San Pedro, me encaminé hacia la casa de mis otros abuelos en la calle de San Agustín, lugar de mi destino en aquellas fechas. Decliné el ofrecimiento de que me acompañaran, pues por aquel entonces yo ya me sentía lo suficientemente mayor para realizar el trayecto en solitario. Cuando llegué al inicio de la cuesta de la calle San Agustín acompañado de mi elegante bolsa de deporte de los Juegos Olímpicos de Munich, donde guardaba un par de jerseys de cuello alto, un par de pantalones, una muda para cada uno de los días de vacaciones, y un sobre para entregar a mis abuelos que imagino que contendría algo de dinero para sufragar mi estancia, contemplé a mi abuela María que estaba bordando a la puerta de su casa sentada en una pequeña silla de enea. ¡Qué sorpresa se va a llevar! pensé, pues no estaba avisada de mi inesperada visita. Craso error. Al llegar a su altura la saludé y un amargo sentimiento se apoderó de mí, pues no me reconoció. Tuve que explicarle quién era y después de aclarar el desencuentro se abalanzó sobre mí comiéndome a besos y abrazos. Fui el único familiar que aquella Semana Santa se desplazó a Calasparra para estar con los abuelos. Para la ocasión me prepararon la mejor de las habitaciones, una enorme alcoba, con un enorme techo y con una enorme cama de palos torneados. Todo para mi sólo. Al llegar la noche y después de una abundante cena, me refugié en un colchón de lana que me engulló hasta hacerme desaparecer, oculto bajo kilos y kilos de pesadas mantas. El ambiente era gélido como las sábanas. El vaho se congelaba por encima de mi cabeza. A la mañana siguiente la fiebre se apoderó de mí. El poco dinero que contenía el sobre de mis padres tuvo que ser empleado en las inyecciones que me tuvo que poner un practicante durante los días que duró la Semana Santa. No vi ni una sola procesión. Mal principio para mi primera experiencia procesional.

La labor de difundir este pregón en alta voz, para hacer públicas y notorias las procesiones y sensaciones de la Semana Santa, es convertirme por una noche en el “Tío Albercoque”, el último de los pregoneros que tuvo Calasparra, y al que algunos de los presentes recordaréis con simpatía. Evidentemente no tuve la ocasión de conocerlo, pero he oído hablar de él a mi familia, de su forma estrafalaria de vestir, de su impecable gorra de plato que le daba un toque de distinción y de su trompetín ligeramente encorvado con el que pregonaba los edictos y bandos municipales en el Convento o en la Corredera. Espero emular las funciones del “Tío Albercoque”, o de su predecesor el “Tío Chavo”, lo mejor posible, confiando que aquellos detalles que mi pluma no haya sabido plasmar debidamente en este pregón, sean suplidas por el cariño con el que lo he redactado.

Las historias de aquellos pregoneros, las de otros personajes populares, las romerías a La Virgen y las procesiones de Semana Santa eran temas habituales entre los calasparreños que por los avatares y circunstancias de la vida se vieron obligados a vivir lejos de la tierra que les vio nacer. Historias contadas por mis mayores que yo escuchaba con interés cuando era niño. Por eso, antes de continuar quiero tener un emotivo recuerdo para todos los que a buen seguro darían lo que fuera por estar en su pueblo, y vivir sus procesiones como lo hicieron antes de la forzosa marcha a la que se vieron obligados por motivos de trabajo. Sin lugar a dudas, recordar a los que están lejos y que los que están lejos recuerden las procesiones de su pueblo, es uno de los sabores más agridulces de estas fechas. Un sabor que se traduce en nostalgia al comprobar la presencia de aquellos que en estos días regresan a Calasparra para reencontrarse con los suyos y con sus añoradas tradiciones, e incluso para participar en las procesiones como si nunca se hubieran ido, rememorando tiempos pasados que nunca volverán. Pero ese sabor nostálgico es inevitable, como lo es recordar en estas fechas a los que se han ido para siempre y que sin saber por qué intuiremos en las próximas procesiones ocultos bajo algún capirote como si aún estuvieran entre nosotros.

Reconozco que he tenido que solicitar consejo para la redacción de este pregón, y a quien se lo he pedido me ha dicho que lo haga con el corazón, que sea yo mismo, sin verme condicionado por la solemnidad propia de la Semana Santa. Una de las personas que me ha ayudado ha sido mi hija, andera de la cofradía de San Juan, que me ha prestado una redacción que escribió cuando tenía trece años, y que tituló “La luna llena no se ha hecho esperar”. Son tan elocuentes sus palabras que no he tenido por menos que incluirlas en este pregón.
Y decía así:

“Pronto llega la Semana Santa. Este año ha madrugado mucho. La luna llena no se ha hecho esperar. En la calle ya se nota su proximidad, las bandas de cornetas y tambores nos lo recuerdan cada noche. Y suenan bien.
Pero lo que verdaderamente me gusta de la Semana Santa es el “encuentro”. El encuentro con las familias que viven lejos, en otras comunidades autónomas. El encuentro con la primavera, con el buen tiempo. Y el encuentro con nuestras tradiciones más antiguas: el potaje de bacalao, las habas, las torrijas, el hornazo, las naranjas con canela, los caramelos de Hellín, ….
Y me siento un poco triste. He leído en algún sitio que no hay anderos suficientes, que no se sabe que imágenes van a poder salir en las procesiones … Yo no he sido nunca andera, ni nazarena, pero una Semana Santa sin procesiones no es una Semana Santa. Algo le falta. Ahora que las bandas tocan tan bien no van a tener una imagen a quien acompañar. Y algo tendremos que hacer. Me cuentan que hace bastantes años las imágenes salían subidas encima de unos carros que eran empujados por unas cuantas personas. Pero no es lo mismo, aunque no es mala idea.
Algo van a tener que hacer las cofradías para animar a la gente, para que no se vayan los anderos y anderas. Lo mejor sería que cada día saliera una cofradía con sus imágenes y no volviera a repetir. Así no se cansarían tanto los anderos y los nazarenos. En muchas ciudades de España lo hacen así. Pero entonces unas procesiones serían más largas que otras dependiendo del número de nazarenos y de imágenes. Pero así yo creo que se apuntaría más gente. Porque una noche, o una mañana no supone un gran esfuerzo y los jóvenes participarían más.
A lo mejor es cuestión de tiempo. Ahora no debe de estar de moda salir en la Semana Santa, pero a lo mejor, dentro de unos años, todo vuelve a ser como era hace unos cuantos años.
Pero siempre nos queda la Semana Santa. La de verdad. La que pasó de verdad. La última semana de la vida de Jesús, su muerte y su resurrección. Y eso sí lo vamos a recordar aunque no haya procesiones. Sobre todo la resurrección y su correspondiente merienda en el campo con los amigos”.

Estas fueron las palabras, de una niña, cargadas de sentimiento, que siendo consciente de las dificultades que están atravesando las procesiones de nuestro pueblo, se brindó a partir de entonces a colaborar como andera sin haber cumplido los catorce años.

En estas fechas de Semana Santa algunos aprovechan para hacer unas pequeñas vacaciones, pero para otros es una semana muy especial, donde se consolida su fe católica. La Semana Santa rememora el origen del Cristianismo y los hechos que acabaron con la vida, en la tierra, de Jesucristo. A partir del viernes próximo, Viernes de Dolores, desde cualquier rincón de nuestro pueblo podremos saborear el inicio de una nueva Semana de Pasión. Por la noche, la solemnidad emanará del sobrio toque de un tambor destemplado, único sonido en el Vía Crucis procesional.

El Domingo de Ramos se volverán a llenar nuestras calles de tallos de olivo y de las tradicionales palmas, y por la tarde regresará el Ecce Homo. Recuerdo particularmente a mis mayores hablar de esa peculiar romería en la que la imagen del Ecce Homo era trasladada desde su ermita hasta la iglesia de San Pedro. Comentaban que hace años la traída se realizaba el Martes Santo y que los anderos no podían lucir sus túnicas por tratarse de un día laborable y no disponer del tiempo suficiente para vestirse para la ocasión. Para algunos significaba el punto de partida de nuestras procesiones, que en la distancia se vivían de una manera muy especial. A muchos kilómetros, en ciudades donde no se celebran procesiones o donde la Semana Santa no tiene el sabor de la nuestra, cuando los recursos económicos o las obligaciones laborales impedían regresar a Calasparra, muchos calasparreños, independientemente de sus convicciones religiosas rememoraban paso a paso el trayecto que recorría el Ecce Homo hasta llegar a la iglesia de San Pedro.
– Ahora estará cruzando el río. Ahora estará llegando al pueblo. Ahora se estará encontrando con La Dolorosa, …
Todas aquellas expresiones llevaban el sabor de la añoranza al recordar unas tradiciones cuajadas de pasión y sentimiento y al lamentarse por no regresar a casa y poder vivirlas como años atrás. Y es que aquellos entrañables recuerdos se llevaban guardados en el corazón. Miguel Hernández supo reflejar ese sentimiento, hace ahora ochenta años, en una carta escrita desde Madrid a su amigo Ramón Sijé. En ella relataba las vicisitudes que estaba atravesando y su falta de recursos económicos. Comentaba que pasaba hambre, penurias físicas y que se encontraba solo. En ese momento de decaimiento físico y psicológico evocaba su Semana Santa de Orihuela, haciéndole regresar temporalmente a casa y al sabor que se sentía en su ciudad natal a la que echaba mucho de menos. Y así escribía en su carta: “Decidme si hay procesiones. Aquí ni se notará que es Semana de Pasión”.
Para cualquier emigrante las tradiciones de su tierra son únicas e incomparables y no poder asistir ni participar en ellas incrementa, si cabe aún más, la congoja que lleva dentro. Sin embargo, ese amargo sentimiento se ve dulcificado al contemplar actualmente a nuestros hermanos de Ecuador, de Bolivia, de Colombia y de tantos otros países, colaborar codo con codo para que nuestras procesiones sigan adelante. En ellos veo reflejado el áspero sabor que tuvo que padecer mi familia y tantos otros que tuvieron que marcharse lejos de casa.

Podría seguir pregonando cada uno de los cortejos procesionales que componen nuestra Semana Santa: el Prendimiento de Jesús en el Huerto de los Olivos, el Miércoles Santo, la procesión general del Jueves Santo, la subida al Monte Calvario y la procesión del Santo Entierro, el Viernes Santo, y la procesión del Domingo de Resurrección. Pero vosotros los conocéis mejor que yo y por eso únicamente quiero hacer mención expresa a uno de esos cortejos que llena una noche muy especial de un sabor muy especial, el sabor del silencio. Me refiero a la recogida del Santo Sepulcro la noche del Viernes Santo, después de la procesión. Cualquier autor del Siglo de Oro de nuestras letras, en el que la “poética del silencio” adquirió un particular desarrollo asumiendo un sentido excepcionalmente dramático, hubiera utilizado el profundo y estremecedor silencio de la recogida del Santo Sepulcro el Viernes Santo para componer, sin duda, una bella obra literaria. Esa noche el silencio del duelo da paso a la meditación y se confunde con la soledad, la angustia, el dolor y la tristeza, en definitiva es una mezcla de profundas sensaciones que surgen de la comunión entre el espectador y el misterio de los hechos que está contemplando. Es bien sabido que la actitud contemplativa es el comienzo de la sabiduría, y como “no es lo mismo el contarlo como el verlo”, que diría mi madre, considero que es una visita obligada para todos aquellos que no lo hayáis disfrutado todavía.

Podría hablar de los picas, de los clarines, de las bandas de tambores y cornetas que marcan el compás de los pasos procesionales, del entusiasmo y la participación, de los nazarenos y de sus túnicas, de la devoción, del fervor, de la religiosidad, de la serenidad, del recogimiento interior, de las “manolas”, de la fiesta, del ruido, del bullicio, del desconsuelo por no poder sacar los tronos a la calle por culpa de las inclemencias del tiempo, del tradicional y peculiar “caracol”, y de un sinfín de actos y sensaciones que conforman nuestras procesiones, pero ateniéndome al argumento que en un principio he comentado quiero finalizar, haciendo hincapié en uno de los sabores más significativos de la Semana de Pasión, al que definiré utilizando palabras de Serrat: “el sabor amargo del llanto eterno”. La Semana Santa viene a recordarnos, año tras año, que el hombre es el lobo para el hombre y que estamos condenados a sufrir eternamente el daño que nos producimos a nosotros mismos. Jesucristo fue injustamente acusado, torturado y crucificado. Sus delitos: enfrentarse a unos poderes públicos déspotas e insolidarios. Rebelarse contra la hipocresía e intolerancia de los gobernantes. Criticar la insolidaridad del pueblo llano. Proclamar la igualdad en dignidad de todos los hombres y mujeres. Rechazar la violencia y la esclavitud. Apoyar a los más desfavorecidos. Estar al lado de los pobres y de los marginados. Ser partidario de una justicia verdaderamente justa que amparase a los desamparados. Por ello, los poderosos empezaron a inquietarse y levantaron contra Él falsas acusaciones, consiguiendo poner en su contra al pueblo que hasta entonces le había aclamado. Cerca de dos mil años después hemos aprendido bien poco, pues a pesar de tantos siglos de amargo llanto, el hombre sigue siendo el lobo para el hombre. Por eso, año tras año es necesario conmemorar la pasión, muerte y resurrección de Jesucristo, para recordar que hace casi dos mil años hubo alguien capaz de dar la vida por sus semejantes.

Con este sentimiento, disfrutemos de nuestra Semana Santa, con entusiasmo y respeto, pero no olvidemos el significado de la misma.

Y hasta aquí he llegado. No sé si habré sabido transmitir los sabores tan intensos de nuestra Semana Santa, ni siquiera si he cumplido fielmente con mis obligaciones de pregonero, por ello, os ruego que aceptéis que finalice este pregón, no con la fórmula clásica del “he dicho”, sino empleando las palabras que utilizaban los autores de las mejores obras del Siglo de Oro de nuestra Literatura: “Perdonad sus muchas faltas”.

Muchas gracias.

Fulgencio Caballero Martínez

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