Relato corto: !AH!

 

Pacto de silencio. Ese ha sido en muchas ocasiones el acuerdo que ha evitado que salgan a la luz hechos relevantes de trascendencia histórica. “El Reño” tropieza con uno de esos pactos en un documento que ha permanecido oculto durante medio siglo. Un documento que desvela un pasado plagado de luces y de sombras.

El pasado es un inmenso pedregal que a muchos les gustaría recorrer como si de una autopista se tratara, mientras otros, pacientemente, van de piedra en piedra, y las levantan, porque necesitan saber qué hay debajo de ellas” José Saramago.

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A mi amigo Pepe Porras

¡AH!

De regreso del crematorio, con la urna funeraria sobre las rodillas, “El Reño” comentaba con su hermano la poca información que tenían sobre la vida del tío abuelo Lorenzo, que había muerto en soledad a los ochenta y tres años. Ellos eran su única familia, y se habían tenido que encargar de su sepelio. Sin haber decidido qué hacer con las cenizas, se dirigían a la residencia de ancianos donde había permanecido durante los últimos diez años, y que se encontraba a escasos cinco minutos en coche. Allí recogerían sus pertenencias y agradecerían al personal la atención prestada al hermano de su abuelo Nicolás. Desde que regresara de Rusia a mediados de los años cincuenta, había tenido poca relación con sus familiares, y ambos hermanos lo recordaban como un ser huraño y poco sociable. Su padre les había contado que se alistó voluntario en la División Azul, y tras caer prisionero lo internaron en un campo de trabajos forzados de Siberia durante más de trece años. Evidentemente – concluyeron ambos – aquella experiencia marcaría su comportamiento durante el resto de sus días.

 

– Aquí tienen. Hemos guardado todos sus objetos personales en esta maleta. En la bolsa de plástico está la poca ropa de que disponía – comentó una cuidadora del geriátrico.

– Quédense la ropa – dijo “El Reño”. – Posiblemente les haga falta para algún anciano. Nosotros nos conformamos con la maleta y con los recuerdos que en ella pueda haber.

– La verdad es que fue un hombre muy reservado – comentó la enfermera -, y es una pena que esos recuerdos se hayan ido con él, pues sin duda tuvo una vida muy interesante. En ocasiones nos contaba batallitas de su juventud en los distintos frentes donde tuvo que luchar durante la que él llamaba la Gran Guerra, y hay que reconocer que eran anécdotas propias de los mejores libros de aventuras.

– Era muy extraño ¿verdad? – preguntó Juan.

– Mucho. Últimamente solía hablar en ruso, y cuando lo hacía en español, repetía constantemente que él había sido el responsable de la muerte del hombre que pudo haber cambiado el mundo.

Los dos hermanos se miraron mutuamente con extrañeza.

– ¿Pero le preguntaron alguna vez de quién se trataba? – preguntó  Juan, lleno de curiosidad.

– Varias veces. Y su respuesta siempre era la misma. Exclamaba: ¡Ah!, con los brazos cruzados y se encogía de hombros, como los niños.

– Delirios de grandeza – espetó “El Reño” -. Supongo que como consecuencia de las graves secuelas psicológicas que le tuvieron que quedar después de estar tantos años en Rusia.

– Supongo – respondió la enfermera -, aunque nunca fue un hombre que alardeara de proeza alguna, y aunque excesivamente serio y solitario, siempre tenía un gesto de amabilidad hacia todos los que le rodeábamos.

Sin tiempo para revisar con detenimiento el interior de aquella maleta, la dejaron junto a la urna que contenía sus cenizas en la habitación de los recuerdos, un pequeño dormitorio que había en la segunda planta de la casa familiar que había heredado Juan en el casco antiguo del pueblo. Pero no todas las pertenencias del tío Lorenzo se quedaron allí. “El Reño” decidió regresar a Madrid con lo que parecía ser un pequeño diario y con unas zapatillas sin estrenar que su tío abuelo guardaba en una caja de cartón. El detective era un entusiasta de la historia y esperaba encontrar en aquel diario alguna de las anécdotas que había mencionado la enfermera de la residencia. Durante el regreso a Madrid contemplaba sobre el asiento el viejo libro de tapas color granate. Cuanto más lo miraba, más necesidad tenía de averiguar su contenido. Su mente detectivesca le hizo pensar que aquellas tapas podían ser las puertas del infierno y no tuvo más remedio que detenerse en la próxima estación de servicio. El relato empezaba a mediados de julio de 1941 en Grafenwörhr, localidad que “El Reño” supuso sería alemana. Narraba el duro entrenamiento al que se vieron sometidos los divisionarios españoles, pero lo que más le llamó la atención, fue un comentario sobre haber abandonado la universidad para incorporarse a la División Azul. Jamás habría imaginado que el tío Lorenzo hubiera ido a la universidad, y mucho menos que la abandonara para irse a luchar en una guerra junto a los nazis. Algo no cuadraba. Miró la hora en el móvil, y dudó entre reiniciar el trayecto o seguir ojeando aquel diario. Pasó varías páginas sin prestarles atención, y se detuvo en un texto que describía los novecientos kilómetros que tuvieron que recorrer a pie hasta llegar al frente ruso. Infinidad de dudas le rondaban en la mente, pero la que le martilleaba con más intensidad era la de qué hacía un universitario pasando aquellas penurias a tantos kilómetros de su casa. Dos páginas más adelante se cortaba la narración con una pequeña reseña a los combates en la ciudad de Novgorod. A partir de ahí nada, al margen de algunos dibujos. El detective supuso que en aquella localidad rusa caería prisionero, y se maldijo por no haber ni un solo dato sobre su período de cautiverio.

 

La casualidad, como en otras ocasiones, hizo que dos días después, mientras comía en un bar cercano a la plaza de Chueca, el telediario anunciara una curiosa noticia sobre el desfile de las Fuerzas Armadas que se iba a celebrar el próximo domingo. Un periodista experto en temas militares, anunciaba que el ministro de Defensa había decidido la participación de un miembro de la División Azul y la de un combatiente republicano que había luchado en la Guerra Civil y en la División Leclerc. Un acto de reconciliación histórica entre veteranos que lucharon en bandos diferentes, había comentado el ministro en una rueda de prensa. Aquella decisión no había sentado nada bien a alguno sectores, e incluso el propio detective se había sentido contrariado, pues consideraba que no se podía equiparar a los que habían luchado por la libertad, con los que habían estado codo a codo con los nazis. Sin embargo, estaba deseando llegar a casa para documentarse sobre la División Azul, pues presentía que ignoraba toda la verdad sobre sus componentes y los motivos que les llevaron a luchar con los alemanes.

Aquella tarde “El Reño” la dedicó a lo que más le gustaba: investigar. Siguiendo un estricto ritual, se puso una camiseta y unos desgastados pantalones de pijama, se preparó un güisqui, y como música de fondo las letras de Sabina amenizaban una prometedora sesión de documentación. Lo único novedoso eran las zapatillas del tío Lorenzo, que decidió estrenar para la ocasión. Aunque consideraba que no era lo más apropiado, inició sus indagaciones ojeando la Wikipedia, y su sorpresa fue mayúscula al comprobar que conocidos personajes como Luis García Berlanga y Luis Ciges habían engrosado una lista de más de cuarenta y cinco mil voluntarios que marcharon a Rusia para luchar contra el comunismo a principios de los años cuarenta. Durante más de dos horas estuvo estudiando diversos textos que hablaban de la trayectoria y de las penurias de aquellos hombres en la estepa rusa durante la Segunda Guerra Mundial. Muertos, heridos, mutilados y cautiverio eran el denominador común de todos ellos. Miró las zapatillas que llevaba puestas y se acongojó al pensar el sufrimiento que tuvo que padecer su tío, al que empezaba a recordar con otros ojos. Una de las páginas que había visitado era la de la Hermandad Nacional de la División Azul, y aunque en un principio consideró absurda la idea de hacerles una visita en la sede de Madrid, no descartó ponerse en contacto con ellos. Inquieto por no saber que decisión tomar, se dirigió a la cocina para apaciguar la ansiedad con un puñado de frutos secos. Al cruzar por el comedor tropezó con la alfombra, con tan mala fortuna que se despegó la suela de una zapatilla. Al cogerla para intentar arreglarla descubrió que en su interior había una desgastada cartulina del tamaño de un D.N.I. de los antiguos. “El Reño” se sorprendió al observar que se trataba de un documento, posiblemente de identificación, donde figuraban la hoz y el martillo en color rojo. El símbolo de la URSS, junto al número 666 debajo del espacio donde debería haber una fotografía, y el año 1944, era lo único que pudo reconocer pues el resto estaba escrito en cirílico. En aquel momento tuvo claro que al día siguiente visitaría a un traductor jurado de ruso que conocía en los juzgados de Plaza de Castilla, y a la vuelta aprovecharía para hacer una visita a la Hermandad de la División Azul.

A pesar de ser muy temprano, había una actividad frenética en el departamento de traducción de los juzgados. Se habían requerido los servicios de un grupo de traductores para unos interrogatorios a varios detenidos por terrorismo islamista. El detective preguntó por su amigo a una funcionaria, que le indicó que lo acababa de ver dialogando con una fiscal en el pasillo contiguo. Se aproximó hasta ellos, pero esperó a que terminaran la conversación para no resultar inoportuno. Sin querer, escuchó como la fiscal comentaba la detención de un agente doble del C.N.I. por vender información clasificada al servicio de inteligencia ruso. Cuando intuyó que la conversación estaba finalizando hizo un gesto para hacerse el encontrado.

– ¡Hombre, Reño! ¿Qué haces por aquí?

– Vengo a ver si me puedes hacer una traducción.

– Lo que necesites. Dime.

El detective extrajo de su cartera el documento en alfabeto cirílico, y el traductor tardó menos de un minuto en desvelar su contenido.

– Se trata de un carné de las Fuerzas Armadas Soviéticas, de lo que comúnmente se conoció como el Ejército Rojo.

Segundo Ejército de Choque

Ciento octavo Cuerpo

Cuarenta y seis División de Fusileros

Soldado: Lorenzo Hidalgo

Lugar de nacimiento: España

Número 666

“El Reño” no pudo contener su sorpresa al escuchar el nombre de su tío abuelo, y el traductor se percató de ello.

– ¿Qué pasa Paco?

– No lo entiendo. Lorenzo Hidalgo era el hermano de mi abuelo, y se alistó voluntario en la División Azul. ¿Qué significa este carné?

El traductor se excusó diciendo que tenía prisa, le dio una palmada en el hombro a su amigo, y se despidió diciéndole:

– No tengo ni idea. Yo soy traductor de ruso. Desentrañar el misterio es cosa tuya.

Al salir a la calle, “El Reño” calculó que habría unos tres kilómetros de distancia hasta la sede de la Hermandad de la División Azul. Hacía un sol radiante que invitaba a pasear, así que por el Paseo de la Castellana se dirigió hasta la calle Alonso Cano. Durante el trayecto se preguntaba el motivo de que el nombre de su tío abuelo figurara en aquel documento del ejército soviético, y le surgían infinidad de dudas. ¿Cómo podía haber participado en aquella aventura nazi un hijo de familia de izquierdas? Por más vueltas que le daba, no encontraba respuesta a ninguna de aquellos interrogantes.

Un grupo de nostálgicos se reunían diariamente en los locales de la Hermandad de Combatientes de la División Azul. A pesar de sus temores, “El Reño” fue recibido con hospitalidad por cuatro octogenarios que no dudaron en responder a todas sus preguntas.

– ¿Cómo dices que se llamaba tu tío abuelo?

– Lorenzo Hidalgo Moya.

Ninguno lo recordaba. Evidentemente – pensó el detective – entre más de cuarenta y cinco mil combatientes, sería muy difícil que todavía viviera alguien que lo hubiera conocido. Sin embargo, el afán de aquellos ancianos de colaborar en la localización de alguna información sobre un antiguo compañero, llevó a uno de ellos a repasar un libro donde había censados miles de divisionarios con datos sobre su procedencia, las unidades militares en las que estuvieron encuadrados, las fechas en que cayeron en combate, las de regreso a España, e incluso los apodos que tuvieron en el frente. Con parsimonia aquel anciano fue pasando unas páginas llenas de vidas truncadas en plena juventud hasta que encontró al hombre que estaban buscando. Y fue a través de su apodo cuando uno de los presentes recordó haber coincidido con él durante los primeros meses de servicio.

– ¡Claro, el Murciano! Lo recuerdo perfectamente. Coincidimos en Zaragoza donde nos reagruparon, a los componentes del Sindicato Español Universitario, con el resto de estudiantes de diversas universidades, y luego estuvimos en un campo de entrenamiento de Grafenwörhr durante algo más de un mes.

– ¿Universitarios? – “El Reño” tenía constancia de que su tío Lorenzo lo había sido por la referencia que hacía en su diario, pero con aquella pregunta intentaba averiguar el motivo de su incorporación a la División Azul.

– Sí, sí. Habíamos muchos

– ¿Voluntarios?

– Bueno, la verdad es que casi todos éramos voluntarios, aunque hay que reconocer que entre los estudiantes había algunos que se alistaron para limpiar los antecedentes de familiares, e incluso para conmutar la pena de muerte a sus padres.

Aquella explicación hizo que ciertas piezas empezaran a encajar. “El Reño” intuyó que alguno de los motivos expuestos por aquel anciano fue el que llevó a Lorenzo Hidalgo a abandonar sus estudios universitarios con apenas veinte años para alistarse en la División Azul.

Con la convicción de que el hermano de su abuelo se había alistado por algún motivo que nada tenía que ver con una ideología fascista, aquella noche la dedicó al estudio de la trayectoria de la 46 División del Ejército Soviético durante la Segunda Guerra Mundial. “El Reño” intuía que habiendo sido hecho prisionero, su tío Lorenzo pudo haber pasado a formar parte del Ejercito Rojo, posiblemente más acorde a sus convicciones políticas, y tenía claro que de haber sido así, para regresar a España tuvo que fingir haber estado preso durante años en un campo de concentración de Siberia. Una hipótesis que sin duda, empezaba a tener consistencia. Las referencias en Internet al Segundo Ejército de Choque y a su 46 División de Fusileros eran infinitas, pero la que más acaparó su atención fue la de la participación en la caída de Berlín. Aquella unidad fue la que entró en la capital de la Alemania nazi provocando el final del III Reich. ¿Participaría Lorenzo Hidalgo en aquellos hechos históricos? ¿Permanecería en Rusia durante la década posterior a finalizar la Segunda Guerra Mundial? ¿Regresaría a España camuflado entre el resto de combatientes de la División Azul que lograron sobrevivir en los gulags de la Unión Soviética? El carné militar que mantenía en sus manos le hacía pensar que así podría haber sido, y que durante toda su vida tuvo que ocultar su verdadero pasado. En una página web dedicada a Anécdotas Desconocidas de la Segunda Guerra Mundial, encontró un enlace al blog de un soldado soviético, de origen francés, que formó parte de un comando de seis hombres de diferentes nacionalidades pertenecientes a la 46 División de Fusileros, y que recibían órdenes directas del NKVD, el servicio secreto de la URSS. En uno de los pasajes de sus memorias, que estaban redactadas en francés, afirmaba que el 30 de abril de 1945 tuvieron que cumplir con una misión en Berlín de suma trascendencia para el desenlace de la guerra. Sin hacer mención expresa a quién, explicaba que tras el asalto a la Cancillería tuvieron que realizar una ejecución y hacer desaparecer el cadáver, operación para la que se estuvieron preparando durante varias semanas, y en la que cada uno de los seis soldados tenían un cometido específico, reservando al diablo el honor de apretar el gatillo, …. réservant au diable l’honneur de tirer sur la gàchette …

“El Reño” enmudeció al leer aquellas últimas palabras. Con el nerviosismo propio de saber que estaba cerca la resolución del enigma, cogió el carné de identificación militar que aquella misma mañana le habían traducido, y observó de nuevo el número 666. Aunque estaba solo en su casa, únicamente se le ocurrió hacer una exclamación en voz alta: ¡A.H.!

 

Fulgencio Caballero Martínez

 

 

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