Rafael Salmerón Pinar. Opinión sobre “La caja de membrillo”


Rafael Salmerón Pinar. Profesor de Latín y Cultura Clásica.

(…) Al saber popular se le atribuye el dicho de que la literatura ha sido desde siempre el remedio adecuado e infalible contra el insomnio, o lo que es lo mismo, la mejor manera, y tal vez la más entretenida, de alcanzar el sueño. Fue el insomnio –como él mismo reconoce- el que impulsó a este calasparreño nacido en Barcelona, y asesor fiscal de profesión, a “plasmar en papel las historias que se agitaban en su mente”; y fue el insomnio el que curiosamente lo llevó también a alcanzar otro sueño, en este caso, tan real como inesperado, al conocer que su opera prima, La caja de membrillo, había resultado seleccionada entre las diez finalistas de la edición de 2010 del Premio Planeta, tal vez el certamen de novela en lengua castellana más celebrado de toda la geografía hispana.

Cuando hace apenas dos meses Fulgencio puso en mis manos un ejemplar de su obra, bastó tan sólo una mirada al título para que la memoria me transportara a mis años de infancia y mocedad, a la casa de mis abuelos maternos en la antigua calle García Morato; allí, en la estancia central de la casa, en el armario de una de las alacenas que flanqueaban una vieja chimenea en desuso, mi abuela guardaba una de aquellas cajas en las que la firma Miguel Chacón Rivas, de Puente Genil, comercializó durante la pasada década de los sesenta su dulce de membrillo; era una caja metálica de redondeadas aristas y bordes oxidados por el uso y por el tiempo, hermosamente decorada, y cuya tapadera ilustraban las figuras de D. Quijote y Sancho Panza ante los molinos que jalonan los paisajes manchegos.
En aquella caja guardaba mi abuela, como oro en paño, las que quizás fueran únicas pruebas palpables de un pasado difícil y compartido sólo con el silencio: recibos diversos, documentos caducados, estampas de santos, unas cuantas cartas de llamativa caligrafía, sellos usados, varios recordatorios impresos con ocasión del fallecimiento de seres queridos, algunos retratos –pocos- en blanco y negro, e incluso un San Blas desportillado que todavía conservo, se superponían y entremezclaban como piezas de un puzle que sólo ella supiera recomponer.

La caja de membrillo se revelaba por tanto como un título preñado de nostalgia, evocador de otra época, pero sobre todo como ese estuche en el que los recuerdos son jirones escondidos de nuestra historia. Y así al abrirla, al profanar el tiempo encerrado en ella, descubrimos una trama admirablemente hilvanada y dosificada en pequeñas entregas que poco a poco van acelerando el ritmo con que la acción se encamina hacia un desenlace que se adivina y, es más, que se desea, sorprendente.

Con inusitada armonía, Fulgencio Caballero ha entrecosido, para fundirlos finalmente, dos relatos distantes en el tiempo. El primero se desarrolla en el pasado más reciente, donde el autor sitúa a María, una barcelonesa de nacimiento pero de ascendencia murciana, que vive y trabaja en la ciudad condal y a quien su abuela ha legado una casa de campo en la vecina localidad de Calasparra; precisamente unas cartas halladas de manera casual en esa casa despertarán en María la curiosidad por conocer las vivencias de sus abuelos, y la encaminarán en la búsqueda de indicios y testimonios que le permitan reconstruir la historia de éstos.

En el segundo se nos refieren las vicisitudes y sucesos que marcaron la vida de Simón y Águeda, los abuelos de María, y de otros como ellos, a los que el drama de la Guerra Civil y una postguerra intolerante zarandearon a su capricho, arrastrándolos primero de trinchera en trinchera, y abocando después a los más afortunados al exilio o a la clandestinidad, y a muchos otros a adaptarse, con resignación, al nuevo orden establecido.

El escollo derivado de hacer que el argumento de la novela se sustente en un episodio, que, como la contienda española, invita a recrearse en fórmulas agotadas por un uso más que reiterado, y que por ello corre el riesgo de convertirse en un objeto literario manido, queda totalmente salvado por la novedad que aporta el trasunto de la misma, al acercarnos a uno de los capítulos menos divulgados de la postguerra española más inmediata, las conocidas como “cadenas de evasión”: las operaciones clandestinas de uno de los tantos grupos activistas que, desde la posición encubierta que a sus miembros les proporcionaba una vida en total comunión con los nuevos usos y normas, ayudaron a muchos compatriotas a escapar de la represión.

Por otra parte, la presencia en sus páginas de personajes históricos junto a otros a los que el autor ha sabido dotar de una historicidad más que verosímil, y el hecho de recurrir a parajes y rincones que siguen ahí, que nos suenan, que incluso podemos visitar, y a documentos a los que el autor ha sabido conferir una pasmosa autenticidad, proporciona a la novela una dosis tan elevada de credibilidad que hace difícil determinar dónde acaba la historia y dónde da comienzo la ficción.

“Luchamos y perdimos”, concluye uno de los personajes de esta historia. De todos los males que afectan al hombre, juzgaron los antiguos romanos que el más grave era, sin duda, la guerra civil. La caja de membrillo es una nueva mirada retrospectiva a ese mal intestino que tan terribles cicatrices dejó entre los españoles, pero es una mirada que rehúye herir sensibilidades, que no busca recrearse en la crueldad de los acontecimientos, que no pretende generar controversia; es, porque así lo ha querido su autor, una mirada hacia atrás sin ira, un relato que busca dar testimonio de su admiración y respeto por los mayores, que reivindica los valores que aquéllos asumieron como sólidos principios: la amistad, la entrega desinteresada, el amor, y el perdón; y en el que los términos buenos y malos han dejado de ser patrimonio absoluto de ningún bando.

Cuando una palabra es capaz de transmitir un sentimiento, se convierte en un poema; cuando una palabra es capaz de transmitir una idea, se convierte en un relato; cuando una obra está llena de sentimientos y de ideas, se convierte en literatura. La caja de membrillo es una novela repleta de palabras que transmiten ideas y sentimientos que la convierten en una obra literaria fascinante en la que les aseguro que la intriga, esa necesidad tan humana de desentrañar la verdad, les impulsará a ustedes, como impulsó a su protagonista, a escudriñar hasta el último recoveco de sus páginas. (…)
Extracto de la exposición del profesor de Latín y Cultura Clásica del I.E.S. Diego Tortosa, D. Rafael Salmerón Pinar. Cieza 19-V-2011