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El 1 de junio se entregaron los premios del IV Concurso de Relatos Cortos del “Club de Lectura Caballero” de Mula. Fulgencio Caballero participó con un relato titulado “CIEN LIBRAS” inspirado en un viaje a Londres realizado en el año 2011.
CIEN LIBRAS
La mañana del doce de junio Londres amaneció sumida en un gran caos: alrededor de cinco mil ciudadanos habían aparecido muertos, al parecer por un envenenamiento masivo de origen desconocido. Lo que a todas luces era un nuevo atentado terrorista había dejado la ciudad en una situación de extrema confusión y había vuelto a demostrar la vulnerabilidad de una sociedad obsesionada por su propia seguridad. Los servicios sanitarios intentaban atajar el funesto índice de mortalidad ocasionado por un agente químico de efectos retardados aún sin determinar, que producía la muerte varias horas después de haber sido ingerido. Scotland Yard y la Interpol se afanaban por descubrir a los responsables de tan horrendo crimen y los jueces no daban abasto a levantar los cadáveres. Se había elevado en todo el Reino Unido el grado de seguridad a su nivel de alerta más alto. Las autoridades se estaban planteando declarar la ciudad en estado de emergencia mientras trabajaban desesperadamente por encontrar la fuente de la mortal intoxicación provocada por un veneno que habían bebido miles de personas el día anterior. El mayor número de fallecidos se concentraba en la zona oeste de Londres, aunque también había multitud de turistas que aquella mañana no habían despertado en los hoteles de toda la ciudad. Desde los atentados de julio de 2005, que sacudieron a los transportes públicos causando más de treinta victimas mortales, no había habido ningún otro atentado terrorista, por lo que la catástrofe que sacudía aquel día a la ciudad era la más trágica desde los bombardeos de la Segunda Guerra Mundial.
Aquella misma mañana, Lorena, una estudiante española que estaba cursando un master de finanzas en la Universidad de Londres, ajena a la catástrofe que devastaba la ciudad, se disponía a iniciar la que debería ser su segunda jornada de trabajo. Mientras desayunaba una variante vegetariana del full breakfast inglés, con un zumo de naranja recién exprimida, que era su única bebida, además del agua, en la pequeña cocina del apartamento en el que se alojaba, cultivaba su nivel de inglés ojeando el London Daily del día anterior. Eran las ocho de la mañana y aquel periódico no hablaba de nada interesante, a parte de la asistencia a su primer evento oficial del príncipe Guillermo y de su esposa Catherine Middleton, que habían contraído matrimonio a finales de abril, y que mes y medio más tarde participarían como Duques de Cambridge en la gala benéfica Absolutetly Return for Kids en el palacio de Kensington. Lorena estaba fascinada con la cultura británica y con su modo de vida. Eran pocos los meses que vivía en aquel país, pero ya había tomado la firme decisión de echar raíces en él. Cuando terminara el master buscaría trabajo estable en la que se había convertido en la ciudad de sus sueños, una gran urbe que la había cautivado y que ella consideraba ser el centro del mundo. Aprovechaba todos los fines de semana para visitar cualquiera de los múltiples museos que tenía la ciudad y para recorrer sus seguras calles degustando su cosmopolitismo. No tardó nada en adaptarse a sus horarios, a sus costumbres, incluidas las culinarias, y a sus excentricidades. Mientras estaba absorta disfrutando del desayuno y del periódico, multitud de sirenas rompían la calma de la mañana, aunque no les dio la menor importancia, pues se habían convertido en algo ya cotidiano, propio del escenario y de los sonidos habituales de la capital.
La CNN y la BBC News 24 no dejaban de informar permanentemente sobre el incremento del número de muertos y sobre los pocos avances de la policía en la resolución de aquel genocidio, pero Lorena se había contagiado del carácter reservado y excesivamente silencioso de los londinenses, y aunque viviera sola no quería molestar en los más mínimo a ninguno de sus vecinos, por lo que únicamente encendía la televisión a la hora de comer. En aquellos momentos estaba entusiasmada con el que se había convertido en su primer trabajo que, aunque era de poca importancia y de carácter eventual, le permitía compaginarlo con sus estudios y le iba a proporcionar ingresos suficientes para poder sufragarse un pequeño viaje que quería realizar al interior del país para visitar a un buen amigo que estaba estudiando en la Universidad de Oxford. Había sido otro amigo de su universidad, también español, quien le había propuesto participar junto a él en una campaña de publicidad relacionada con el lanzamiento de un nuevo producto a nivel internacional. Cogió el móvil para ponerse en contacto con éste para concretar el lugar donde deberían juntarse para iniciar la jornada laboral, pero el teléfono agotó la llamada. Se extrañó muchísimo, pues Jorge era una persona muy responsable y solía atender de inmediato sus llamadas. Pensó que aún seguiría durmiendo y cuando se despertara se pondría en contacto con ella. Después de hacer esta reflexión, le restó importancia, pues aún faltaban un par de horas para empezar el reparto. Supuso que aquella mañana regresarían a Notting Hill, un barrio para ella totalmente fascinante, donde el día anterior ambos habían estado cumpliendo con el trabajo que se les había encomendado. La empresa de publicidad que los había contratado decidió iniciar el lanzamiento de un novedoso producto en uno de los accesos al mercado de Portobello Road, decisión a todas luces acertada pues eran miles de visitantes y coleccionistas los que recibía diariamente aquel mercadillo de antigüedades, uno de los mayores del mundo, que ofrecía una gran variedad de libros, muebles, relojes y artículos de todo tipo.
A las nueve todos los medios de comunicación anunciaban la detención de un presunto terrorista involucrado en el que empezaba a conocerse como el envenenamiento del 11 J. Había sido arrestado mientras procedía a cargar una furgoneta con unas botellas rellenas de un letal agente químico. Según la BBC el detenido acababa de confesar que la célula a la que pertenecía había preparado otro atentado con bomba para la próxima noche en uno de los locales de Shaftesbury Avenue. El centro de Londres había sido acordonado por la policía y el pánico se empezaba a apoderar de la ciudad. Fuerzas especiales y expertos en explosivos habían tomado al asalto todos y cada unos de los locales de West End, el distrito teatral de Londres. Lorena seguía en su apartamento sin tener constancia de lo que estaba ocurriendo en el exterior. Observaba la caja que había encima de la mesa de la cocina y recordaba que aquella misma tarde la debería entregar, por instrucciones de su empresa, en el Lyric Theatre. Era una caja llena de panfletos publicitarios que anunciaban el nuevo producto que estaban lanzando al mercado. Pensó en la buena gente que deberían ser sus jefes, pues aún sin conocerla, le habían regalado a ella y también a Jorge una entrada para ese mismo día para ver el musical Thriller – Live de Michael Jackson que se representaba en aquel teatro. Miró su reloj y se extrañó de que su compañero aún no le hubiera devuelto la llamada. Decidió esperar unos minutos más para volver a insistir. Mientras, abrió la carpeta que contenía los estadillos y los vales que reflejaban las entregas realizadas el día anterior para hacer un cálculo de las comisiones que le correspondían. La empresa se había comprometido a pagarle dos peniques por cada botella de aquel nuevo refresco de cola sin azúcar que acababa de salir al mercado. Su trabajo era bien sencillo: tenía que sacar las botellas de unas neveras que Jorge transportaba en una furgoneta, abrirlas con un abrebotellas y entregárselas a los transeúntes. Volvió a pensar en la magnífica idea que habían tenido los publicistas de regalar en la calle un refresco envasado en una lata, con forma de botella de color blanco y con unas llamativas letras rojas, a todo el que quisiera saborear aquella nueva bebida. Un envase de precioso diseño que atraía a todo al que se lo ofrecía. Después de sumar todos los vales se quedó asombrada por el elevado número de botellas que había logrado repartir en solo una jornada: cinco mil refrescos. No había estado nada mal.